En defensa del cruising
¿Es el sexo en público solo una cuestión gay? La historia oculta y el estigma del cruising en una sociedad homofóbica.
Hace unos meses tuve un altercado con un influencer en redes sociales. La persona en cuestión reclamaba que una pareja gay había estado teniendo sexo en un baño público y pedía a la comunidad gay que "se detuviera." Al ser un comentario, además de ignorante, altamente estigmatizante, hice un video en respuesta, asegurando que el sexo en público no es algo exclusivamente de los gays, sino que es practicado mayoritariamente por parejas heterosexuales. También comenté cómo el cruising —tener sexo gay en lugares públicos a escondidas— había sido insertado en la cultura gay como consecuencia de actitudes homófobas (como publicar un video culpando a los gays por algo que hace toda la humanidad). Aunque recibí muchas críticas por mi respuesta, entre las que sostenían que yo "aprobaba que los niños vayan a ver a gays teniendo sexo" (¿?), pensé, y pienso, que mi video fue claro y cumplió con transmitir el mensaje que quería.
Hoy me crucé con un video de Dan Savage, una de las personas que me inspiró a ser sexólogo, en el que comentaba acerca del cruising en baños de gimnasios, en respuesta a una queja de un usuario que se molestaba porque la gente lo hacía de manera "muy desvergonzada." La respuesta de Savage me encantó, no necesariamente por el contenido, que era básicamente el mismo que el mío, sino porque, a diferencia de mi video, fue mucho más directo en afirmar que, mientras se trate de sexo entre dos adultos con consentimiento y no haya ningún niño afectado, la opinión de los demás vale poco o nada. Fue a partir de esta refrescante actitud en la que el autor no solo desestigmatizaba el sexo gay consentido entre adultos, sino que se mostraba a sí mismo como alguien sin reservas en cuanto a lo que implica la salud sexual: habrá críticas, pero hay que decir las cosas como son, sin disculpas. Unapologetic.
¿De dónde sale el cruising?
El cruising tiene su origen en la historia del mundo occidental bajo el yugo del cristianismo: cuando se empezó a perseguir a los homosexuales, su sexualidad pasó a ser clandestina. Encontrarse unos con otros podía ser peligroso, incluso representar la pena capital. Por dos milenios, se desarrollaron mecánicas, códigos, etc., para garantizar que los hombres que tienen sexo con hombres pudieran disfrutar de su sexualidad sin ser asesinados o, al menos, reduciendo riesgos. Aunque el cruising tiene un trasfondo estrechamente ligado a lo sexual, a lo largo de la historia, los espacios de socialización donde los homosexuales podían encontrarse fueron siendo cada vez menos, hasta que finalmente tuvo que pasar todo a la clandestinidad, reduciendo la expresión homosexual a su mínimo indispensable: el sexo. Sin espacios donde reunirse, sin la tranquilidad de poder entablar una relación sin ser descubiertos o expuestos, por siglos muchos homosexuales solo tuvieron la oportunidad de vivir su sexualidad en encuentros fortuitos, apresurados y peligrosos, y ese trauma definitivamente dejó una marca.
Llegada la década de los 80, cuando la movida de libertad sexual había amparado también (aunque solo un poco) a los hombres que tienen sexo con hombres, los códigos se habían vuelto más elaborados: un pendiente en la oreja izquierda indicaba que uno era homosexual, los pañuelos en los bolsillos traseros de los pantalones vaqueros eran otra señal y eran bastante específicos: cada color significaba algún acto sexual en particular e incluso el significado variaba si se utilizaba el pañuelo en el bolsillo derecho o el izquierdo. Viéndolo por el lado positivo, esto señala nuestra gran habilidad de adaptación y supervivencia; por el lado más realista, tener que gestionar este lenguaje no verbal no indica diversión ni ganas de elaborar nuevas formas de comunicación, sino que muestra que claramente seguía habiendo consecuencias nefastas en caso alguien fuera abiertamente homosexual. Eso es el cruising. No es algo que tenga una historia de nacimiento empoderadora ni mucho menos; se trata de una adaptación, una estrategia para subsistir en una sociedad gobernada por una religión de odio que perseguía y persigue a minorías vulnerables.
El cruising hoy
Llegado el siglo XXI, hemos visto muchos, muchísimos avances en materia de derechos de las diversidades sexuales. Aunque ha habido muchas batallas ganadas, aún estamos lejos de conseguir un estado de equidad social. El fracaso de la educación sexual, sumado a los estigmas homofóbicos, genera personas que tienen prejuicios muy fuertes respecto a la homosexualidad y su comportamiento: enfermos, promiscuos, pederastas, etc. Es lamentable que incluso las propias personas del colectivo de hombres homosexuales hayan sido incapaces de separarse de estas nociones tan nocivas. Al haber empezado a abrir muy despacito la puerta de la equidad social, la homofobia interiorizada y la ignorancia de muchos hombres que tienen sexo con hombres (HSH) llevó a la construcción de una jerarquía social en la que, mientras el hombre homosexual siga más estructuras heteronormativas, aumenta más su valor como persona. Esto lo podemos ver reflejado perfectamente en el hecho de que muchos homosexuales critican a otros hombres homosexuales por ir vestidos como les da la gana a la marcha del orgullo: se castiga a quien se escape de la normatividad de cómo debe verse, vestirse y comportarse un hombre en sociedad.
La realidad es que el estigma que rodea al cruising no se basa propiamente en la actividad, sino en quiénes la practican. Mientras que el sexo en público entre personas heterosexuales es a menudo romantizado e incluso celebrado (por ejemplo el High Mile Club, nombre que reciben las personas que han tenido sexo en un avión, que es un reconocimiento positivo), el cruising gay sigue siendo objeto de condena y juicio. Los encuentros sexuales heterosexuales en espacios abiertos, ya sean playas, parques, aviones o incluso en baños públicos, rara vez provocan una reacción colectiva de censura o aversión; de hecho, ni siquiera se les atribuye connotación negativa. Sin embargo, cuando dos hombres deciden expresar su sexualidad de modo similar, empieza una implacable cacería de brujas, y la conversación inevitablemente pasa a girar en torno a moralidad y escándalo. Esto resalta cómo la homofobia sigue moldeando lo que socialmente se considera "normal" o "aceptable" en cuanto a la expresión sexual en espacios públicos.
Aun así, es preocupante que la crítica hacia el cruising provenga también de dentro del propio colectivo gay, reflejando una falta de deconstrucción y una adopción de valores heteronormativos que limitan la libertad sexual. Muchos hombres homosexuales, al buscar ser aceptados por la sociedad heteronormativa, terminan por rechazar y censurar aspectos de su propia cultura que perciben como inadecuados o vergonzosos. Este tipo de autofiscalización no solo perpetúa la homofobia interiorizada, sino que también refuerza la idea de que hay formas de ser y disfrutar la sexualidad que son más "respetables" que otras. Creo que ya estamos en capacidad de reconocer que, mientras haya consentimiento y se respeten ciertos límites, no hay razones válidas para seguir estigmatizando prácticas sexuales que surgieron de la necesidad de supervivencia en un contexto opresivo.